Cuaresma.
La
primera referencia a una preparación pascual de cuarenta días aparece en
un escrito de Eusebio de Cesárea que se remonta aproximadamente al año
332. En ese escrito Eusebio habla de la cuaresma como de una institución bien
conocida, claramente configurada y, hasta cierto punto, consolidada. Esto nos
permite pensar que a principios del siglo IV la cuaresma era ya una realidad
establecida en algunas Iglesias.
Desde
la perspectiva de Eusebio, cuaresma viene a ser un camino, semejante al de los
hebreos por el desierto, que hay que recorrer en un clima de austeridad y de
vigilancia ascética. Es también un «ejercicio», que supone un esfuerzo y una
voluntad de lucha. Los apoyos que se ofrecen a los creyentes para realizar la
andadura cuaresmal son la lectura de la palabra de Dios y la oración.
También
Atanasio de Alejandría recoge una breve alusión a la cuaresma en una de sus
cartas escrita en el año 334. Se trata, pues, de un testimonio contemporáneo al
de Eusebio. Ambos son, sin duda, el eco de una misma tradición:
«Cuando Israel era encaminado hacia
Jerusalén, primero se purificó y fue instruido en el desierto para que olvidará
las costumbres de Egipto. Del mismo modo, es conveniente que durante la santa
cuaresma que hemos emprendido procuremos purificarnos y limpiarnos, de forma
que, perfeccionados por esta experiencia y recordando el ayuno, podamos subir
al cenáculo con el Señor para cenar con él y participar en el gozo del cielo.
De lo contrario, si no observamos la cuaresma, no nos será licito ni subir a
Jerusalén ni comer la pascua».
También
en este caso la cuaresma es interpretada desde la perspectiva de la pascua. De
nuevo surge la analogía entre la experiencia del pueblo de Israel en el
desierto, camino de la tierra prometida, y la experiencia cuaresmal. Cuaresma
es un tiempo de purificación y de adoctrinamiento. Al final del camino se
yergue la pascua, representada como un gran festín, junto con el Señor, en el
cenáculo. Sólo quienes se han sometido a la prueba cuaresmal, en la lucha
ascética y en el ayuno compartirán con el Señor el banquete de la pascua.
Con
la reforma litúrgica del Vaticano II de ha dado un nuevo enfoque espiritual de
la cuaresma. No es tanto la penitencia corporal lo que interesa subrayar cuanto
la conversión interior del corazón. Los textos bíblicos, extraídos muchos de
ellos de la literatura profética, orientan la actitud cuaresmal de cara a una
profunda purificación del corazón y de la misma vida de la Iglesia. Hay una
continua descalificación de cualquier intento de cristianismo formalista,
anclado en ritualismos falsos. La verdadera conversión a Dios se manifiesta en
una apertura generosa y desinteresada hacia las obras de misericordia: dar
limosna a los pobres y comprometerse solidariamente con ellos, visitar a los
enfermos, defender los intereses de los pequeños y marginados, atender con
generosidad a las necesidades de los más menesterosos. En definitiva, la
cuaresma se entiende como una lucha contra el propio egoísmo y como una
apertura a la fraternidad. A partir de ahí es posible hablar de una verdadera
conversión y de una ascesis auténtica. Sólo así puede iniciarse el camino que
lleva a la pascua. En este sentido, cuaresma viene a ser un tiempo que permite
a la Iglesia -a toda la comunidad eclesial tomar conciencia de su condición
pecadora y someterse a un exigente proceso de conversión y de renovación. Sólo
así la cuaresma puede tener hoy un sentido.
De
una manera, el Concilio señaló, en la constitución Sacrosanctum Concilium (n.
109), la doble dimensión que caracteriza al tiempo de cuaresma: la bautismal y
la penitencial. Al mismo tiempo, subrayó que se trata de un tiempo de
preparación a la pascua en un clima de escucha atenta de la palabra de Dios y
de oración incesante. De esta forma, el Concilio dejó claramente delimitadas
las líneas de fuerza que confieren a la cuaresma su propia identidad, al margen
de aditamentos superfluos o anacrónicos. Estas son sus palabras:
«Puesto que el tiempo cuaresmal prepara a los
fieles, entregados más intensamente a oír la palabra de Dios y a la oración,
para que celebren el misterio pascual, sobre todo mediante el recuerdo o la
preparación del bautismo y mediante la penitencia, dese particular relieve en
la liturgia al doble carácter de dicho tiempo».
El
Concilio, al describir la fisonomía espiritual especifica de la cuaresma, no ha
inventado nada nuevo. Se ha limitado a recoger, con sabio discernimiento, el
contenido más genuino de la tradición. Esta visión, depurada y genuina, de la
cuaresma ha constituido el punto de referencia, el criterio inspirador que ha
permanecido subyacente en la labor de reforma.
Desde el miércoles de
ceniza, se nos ofrece una serie de medios: la limosna, la oración, el ayuno, la
escucha de la Palabra de Dios, el sacramento de la Reconciliación y la
conversión. La Cuaresma es también el tiempo propicio para la oración personal
y comunitaria, alimentada por la Palabra de Dios y propuesta cotidianamente en
la liturgia.
La Cuaresma es el gran tiempo de preparación a la
Pascua. La Iglesia nos invita a aprovechar este "tiempo favorable" y
a prepararnos para la celebración del Misterio Pascual de Jesucristo.
NOTAS PASTORALES
1.-Durante
el Tiempo de Cuaresma es especialmente recomendable subrayar el ACTO
PENITENCIAL del principio de la Misa, se recomienda cantar la aclamación Señor
Ten Piedad con un buen sentido de recogimiento espiritual; se recomienda también
utilizar el canto del TEN PIEDAD con los TROPOS.
2.-Durante
los domingos se omite el himno GLORIA A DIOS EN EL CIELO, en cambio se dice en
las SOLEMNIDADES y FIESTAS.
3.-El
canto del ALELUYA se sustituye por la aclamación HONOR Y GLORIA A TI SEÑOR
JESÚS o alguna otra aclamación a Cristo.
4.-Los
cantos en la celebración de la Santa Misa, deben tener un sentido PENITENCIAL (reflexión,
conversión, arrepentimiento)