jueves, 8 de abril de 2021



Cuaresma.


La primera referencia a una preparación pascual de cuarenta días aparece en un escrito de Eusebio de Cesárea que se remonta aproximadamente al año 332. En ese escrito Eusebio habla de la cuaresma como de una institución bien conocida, claramente configurada y, hasta cierto punto, consolidada. Esto nos permite pensar que a principios del siglo IV la cuaresma era ya una realidad establecida en algunas Iglesias.


Desde la perspectiva de Eusebio, cuaresma viene a ser un camino, semejante al de los hebreos por el desierto, que hay que recorrer en un clima de austeridad y de vigilancia ascética. Es también un «ejercicio», que supone un esfuerzo y una voluntad de lucha. Los apoyos que se ofrecen a los creyentes para realizar la andadura cuaresmal son la lectura de la palabra de Dios y la oración.


También Atanasio de Alejandría recoge una breve alusión a la cuaresma en una de sus cartas escrita en el año 334. Se trata, pues, de un testimonio contemporáneo al de Eusebio. Ambos son, sin duda, el eco de una misma tradición:


«Cuando Israel era encaminado hacia Jerusalén, primero se purificó y fue instruido en el desierto para que olvidará las costumbres de Egipto. Del mismo modo, es conveniente que durante la santa cuaresma que hemos emprendido procuremos purificarnos y limpiarnos, de forma que, perfeccionados por esta experiencia y recordando el ayuno, podamos subir al cenáculo con el Señor para cenar con él y participar en el gozo del cielo. De lo contrario, si no observamos la cuaresma, no nos será licito ni subir a Jerusalén ni comer la pascua».


También en este caso la cuaresma es interpretada desde la perspectiva de la pascua. De nuevo surge la analogía entre la experiencia del pueblo de Israel en el desierto, camino de la tierra prometida, y la experiencia cuaresmal. Cuaresma es un tiempo de purificación y de adoctrinamiento. Al final del camino se yergue la pascua, representada como un gran festín, junto con el Señor, en el cenáculo. Sólo quienes se han sometido a la prueba cuaresmal, en la lucha ascética y en el ayuno compartirán con el Señor el banquete de la pascua.


Con la reforma litúrgica del Vaticano II de ha dado un nuevo enfoque espiritual de la cuaresma. No es tanto la penitencia corporal lo que interesa subrayar cuanto la conversión interior del corazón. Los textos bíblicos, extraídos muchos de ellos de la literatura profética, orientan la actitud cuaresmal de cara a una profunda purificación del corazón y de la misma vida de la Iglesia. Hay una continua descalificación de cualquier intento de cristianismo formalista, anclado en ritualismos falsos. La verdadera conversión a Dios se manifiesta en una apertura generosa y desinteresada hacia las obras de misericordia: dar limosna a los pobres y comprometerse solidariamente con ellos, visitar a los enfermos, defender los intereses de los pequeños y marginados, atender con generosidad a las necesidades de los más menesterosos. En definitiva, la cuaresma se entiende como una lucha contra el propio egoísmo y como una apertura a la fraternidad. A partir de ahí es posible hablar de una verdadera conversión y de una ascesis auténtica. Sólo así puede iniciarse el camino que lleva a la pascua. En este sentido, cuaresma viene a ser un tiempo que permite a la Iglesia -a toda la comunidad eclesial tomar conciencia de su condición pecadora y someterse a un exigente proceso de conversión y de renovación. Sólo así la cuaresma puede tener hoy un sentido.


De una manera, el Concilio señaló, en la constitución Sacrosanctum Concilium (n. 109), la doble dimensión que caracteriza al tiempo de cuaresma: la bautismal y la penitencial. Al mismo tiempo, subrayó que se trata de un tiempo de preparación a la pascua en un clima de escucha atenta de la palabra de Dios y de oración incesante. De esta forma, el Concilio dejó claramente delimitadas las líneas de fuerza que confieren a la cuaresma su propia identidad, al margen de aditamentos superfluos o anacrónicos. Estas son sus palabras:


«Puesto que el tiempo cuaresmal prepara a los fieles, entregados más intensamente a oír la palabra de Dios y a la oración, para que celebren el misterio pascual, sobre todo mediante el recuerdo o la preparación del bautismo y mediante la penitencia, dese particular relieve en la liturgia al doble carácter de dicho tiempo».


El Concilio, al describir la fisonomía espiritual especifica de la cuaresma, no ha inventado nada nuevo. Se ha limitado a recoger, con sabio discernimiento, el contenido más genuino de la tradición. Esta visión, depurada y genuina, de la cuaresma ha constituido el punto de referencia, el criterio inspirador que ha permanecido subyacente en la labor de reforma.


Desde el miércoles de ceniza, se nos ofrece una serie de medios: la limosna, la oración, el ayuno, la escucha de la Palabra de Dios, el sacramento de la Reconciliación y la conversión. La Cuaresma es también el tiempo propicio para la oración personal y comunitaria, alimentada por la Palabra de Dios y propuesta cotidianamente en la liturgia.


La Cuaresma es el gran tiempo de preparación a la Pascua. La Iglesia nos invita a aprovechar este "tiempo favorable" y a prepararnos para la celebración del Misterio Pascual de Jesucristo.


NOTAS PASTORALES


1.-Durante el Tiempo de Cuaresma es especialmente recomendable subrayar el ACTO PENITENCIAL del principio de la Misa, se recomienda cantar la aclamación Señor Ten Piedad con un buen sentido de recogimiento espiritual; se recomienda también utilizar el canto del TEN PIEDAD con los TROPOS.


2.-Durante los domingos se omite el himno GLORIA A DIOS EN EL CIELO, en cambio se dice en las SOLEMNIDADES y FIESTAS.


3.-El canto del ALELUYA se sustituye por la aclamación HONOR Y GLORIA A TI SEÑOR JESÚS o alguna otra aclamación a Cristo.


4.-Los cantos en la celebración de la Santa Misa, deben tener un sentido PENITENCIAL (reflexión, conversión, arrepentimiento)