martes, 20 de abril de 2021


 

La Música y el canto en la Liturgia.

 

La música es una de las llamadas Bellas Artes, es decir, un género artístico, que consiste en conseguir efectos estéticos a través de la manipulación de sonidos vocales o instrumentales, conforme a estándares culturales de ritmo, armonía y melodía.


 Entre los muchos y grandes dones naturales con que Dios, en quien se halla la armonía de la perfecta concordia y la suma coherencia, ha enriquecido al hombre creado a su imagen y semejanza, se debe contar la música, la cual, como las demás artes liberales, se refiere al gozo espiritual y al descanso del alma. De ella dijo con razón San Agustín: La música, es decir, la ciencia y el arte de modular rectamente, para recuerdo de cosas grandes, ha sido concedida también por la liberalidad de Dios a los mortales dotados de alma racional.


Nada extraño, pues, que el canto sagrado y el arte musical -según consta por muchos documentos antiguos y modernos- hayan sido empleados para dar brillo y esplendor a las ceremonias religiosas siempre y en todas partes, aun entre los pueblos gentiles; y que de este arte se haya servido principalmente el culto del sumo y verdadero Dios, ya desde los tiempos primitivos.


Desde tiempo inmemorial, el canto y la música bella, han proporcionado una conexión con las alturas y las profundidades de la emoción humana. Según la tradición de la Antigua Alianza, no sólo los salmos y los himnos son fundamentales en la liturgia judía y cristiana, sino también la diversidad musical y los registros simbólicos de los varios instrumentos musicales (CEC 1156). No debemos perder de vista el llamado de Sacrosanctum Concilium 120 sobre el aprecio en particular que debe recibir el órgano de tubos, aun cuando otros instrumentos están permitidos en la liturgia, sobre la base de que sean apropiados para el uso sagrado.


La música y el canto en la liturgia no es solamente algo que adorna o embellece la celebración, sino que está en función de ayudar a los que participan en la celebración a vivirla como una experiencia de encuentro con Cristo, durante la celebración eucarística.


Si el coro y cada uno de sus miembros (incluyendo al director y al organista o los músicos) ejercen un ministerio en la celebración, entonces no pueden hacerlo "desde fuera", sino implicándose como cristianos en la misma celebración. Solamente viviendo la celebración ayudarán a otros a vivirla. Esto hace que el coro forme parte de la asamblea y ejerza su función pensando en ella, en ayudarle, con una función de guía y acompañamiento.


Es necesaria una formación y un conocimiento básico de la liturgia. No todos los cantos son igual de importantes. No todos los cantos tienen la misma función. Si por ejemplo hacemos un canto de entrada ese canto acompaña una acción (la entrada del presidente y los ministros) y por tanto cuando esa acción ha cesado no tiene sentido seguir el canto, porque la celebración se alargaría inútilmente. 


Son tres los criterios que se deben tener presentes para el canto y la música, a fin de desarrollar su potencial: "la belleza expresiva de la oración, la participación unánime de la asamblea en los momentos previstos y el carácter solemne de la celebración” (CEC 1157). Por lo tanto, nuestro servicio a la liturgia en la celebración litúrgica no tiene previsto añadir nuestros gustos personales y nuestras opciones particulares, por delante de lo que la Iglesia ha transmitido hasta nosotros.


La auténtica participación litúrgica celebrará verdades que trascienden el tiempo y el espacio, ya que "el Espíritu Santo guía a los fieles cristianos hacia la verdad completa y hace que la palabra de Cristo habite en abundancia en su interior, y la Iglesia perpetúa y transmite todo lo que es ella misma y todo lo que cree, aun cuando ofrece las oraciones de todos los fieles a Dios, por medio de Cristo y con el poder del Espíritu Santo" (SC 33).


Por eso, la música sacra será tanto más santa cuanto más estrechamente esté vinculada a la acción litúrgica, ya sea expresando con mayor delicadeza la oración, o fomentando la unanimidad o enriqueciendo con mayor solemnidad los ritos sagrados. En síntesis, podemos decir con Juan Pablo II: “Donde la palabra calla, habla la música