La Música y el canto en la Liturgia.
La música es una de las
llamadas Bellas Artes, es decir, un género artístico, que consiste en
conseguir efectos estéticos a través de la manipulación de sonidos vocales
o instrumentales, conforme a estándares culturales de ritmo, armonía y
melodía.
Entre
los muchos y grandes dones naturales con que Dios, en quien se halla la armonía
de la perfecta concordia y la suma coherencia, ha enriquecido al hombre creado
a su imagen y semejanza, se debe contar la música, la cual, como las demás
artes liberales, se refiere al gozo espiritual y al descanso del alma. De ella
dijo con razón San Agustín: La música, es
decir, la ciencia y el arte de modular rectamente, para recuerdo de cosas
grandes, ha sido concedida también por la liberalidad de Dios a los mortales
dotados de alma racional.
Nada
extraño, pues, que el canto sagrado y el
arte musical -según consta por muchos documentos antiguos y modernos- hayan sido empleados para dar brillo y
esplendor a las ceremonias religiosas siempre y en todas partes, aun entre
los pueblos gentiles; y que de este arte se haya servido principalmente el
culto del sumo y verdadero Dios, ya desde los tiempos primitivos.
Desde tiempo
inmemorial, el canto y la música bella, han proporcionado una conexión con las
alturas y las profundidades de la emoción humana. Según
la tradición de la Antigua Alianza, no sólo los salmos y los himnos son
fundamentales en la liturgia judía y cristiana, sino también la diversidad
musical y los registros simbólicos de los varios instrumentos musicales (CEC
1156). No debemos perder de vista el llamado de Sacrosanctum Concilium 120 sobre el
aprecio en particular que debe recibir el órgano de tubos, aun cuando otros
instrumentos están permitidos en la liturgia, sobre la base de que sean
apropiados para el uso sagrado.
La música y el canto en la liturgia no es
solamente algo que adorna o embellece la celebración, sino que está en función
de ayudar a los que participan en la celebración a vivirla como una experiencia
de encuentro con Cristo, durante la celebración eucarística.
Si el coro y cada uno de sus miembros (incluyendo
al director y al organista o los músicos) ejercen un ministerio en la
celebración, entonces no pueden hacerlo "desde fuera", sino
implicándose como cristianos en la misma celebración. Solamente viviendo la celebración
ayudarán a otros a vivirla. Esto hace que el coro forme parte de la asamblea y ejerza su
función pensando en ella, en ayudarle, con una función de guía y acompañamiento.
Es necesaria una formación y un conocimiento básico
de la liturgia. No todos los cantos son igual de importantes. No todos los
cantos tienen la misma función. Si por ejemplo hacemos un canto de entrada ese
canto acompaña una acción (la entrada del presidente y los ministros) y por
tanto cuando esa acción ha cesado no tiene sentido seguir el canto, porque la
celebración se alargaría inútilmente.
Son
tres los criterios que se deben tener presentes para el canto y la música, a
fin de desarrollar su potencial: "la belleza expresiva de la oración, la
participación unánime de la asamblea en los momentos previstos y el carácter
solemne de la celebración” (CEC 1157). Por lo tanto,
nuestro servicio a la liturgia en la celebración litúrgica no tiene previsto
añadir nuestros gustos personales y nuestras opciones particulares, por delante
de lo que la Iglesia ha transmitido hasta nosotros.
La
auténtica participación litúrgica celebrará verdades que trascienden el tiempo
y el espacio, ya que "el Espíritu Santo guía a los fieles cristianos hacia
la verdad completa y hace que la palabra de Cristo habite en abundancia en su
interior, y la Iglesia perpetúa y transmite todo lo que es ella misma y todo lo
que cree, aun cuando ofrece las oraciones de todos los fieles a Dios, por medio
de Cristo y con el poder del Espíritu Santo" (SC 33).
Por
eso, la música sacra será tanto más santa cuanto más estrechamente esté
vinculada a la acción litúrgica, ya sea expresando con mayor delicadeza la
oración, o fomentando la unanimidad o enriqueciendo con mayor solemnidad los
ritos sagrados. En
síntesis, podemos decir con Juan Pablo II: “Donde
la palabra calla, habla la música”